lunes, 11 de octubre de 2010

Otoño. Siempre está visto como una época fría, nublada, gris. Lo es, es tiempo de empezar una rutina, las horas de sol se reducen, la oscuridad se hace paso y las plantas y árboles se dan cuenta.

En mi cabeza aumenta la capacidad de pensar, de usar la cabeza... ya no es una estación tan visual como el verano. Tardes de lluvia frustradas desde la ventana, comienzo de estudios y trabajos que te quitan las ganas de vivir en sociedad. Otoño.

Con esa descripción, entran ganas de tirarse por la ventana cuando septiembre acaba. Tampoco es eso. A diferencia de las fuertes pasiones de verano, el sol, el calor, el agua en el suelo y no sobre nuestra cabeza... En otoño comienzan los días más bonitos, melancólicos y románticos de todo el año. Es ahora cuando las pequeñas cosas destacan, pequeños momentos como una tarde paseando iluminado por las calles , un achuchón con alguien querido para evitar el frío, un corro de amigos alrededor de un banco o de una cachimba  buscando la risa para no congelarse, resurgen de nuevo.

Es cierto que la primavera-verano puede parecer una época más viva. Yo no estoy de acuerdo en eso. Alguien vivo es alguien que siente. El otoño puede ser triste para los que tienen de lo que lamentarse, puede ser tiempo de amar a los que tienen a quien amar, tiempo de escribir todo lo que ahora se puede pensar. Y todo eso, que puede parecer una pérdida de tiempo, es vida. Lo físico y lo material se sobreestima. Lo interior, se suele dejar a un lado. Yo considero que ese interior indestructible, alma lo llaman, es la vida, y en el otoño, sale con más fuerza.

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